“Había un hombre llamado Jabes, quien fue más honorable que cualquiera de sus hermanos. Su madre le puso por nombre Jabes porque su nacimiento le causó mucho dolor. Él fue quien oró al Dios de Israel diciendo: «¡Ay, si tú me bendijeras y extendieras mi territorio! ¡Te ruego que estés conmigo en todo lo que haga, y líbrame de toda dificultad que me cause dolor!»; y Dios le concedió lo que pidió.” 1 Crónicas 4:9-10 NTV
Hace algunos años oí a una persona decir: “creo que pronto van a venir pruebas y problemas para mi familia”. Cuando le preguntaron por qué, respondió: “porque Dios nos ha bendecido por mucho tiempo. Ya nos toca una prueba”.
Creo que ese podría ser el pensamiento de muchos. Sentimos como si cada bendición que recibimos de Dios, tarde o temprano, traerá su contraparte en maldición.
Esto que voy a decir puede sonar feo, pero muchos de nosotros recibimos las bendiciones de Dios como si fueran tratos con el Diablo. Como que Dios en algún momento nos va a pasar la factura por todos sus “servicios”, y nos aterra pensar que el costo sea mucho más alto de lo que podemos pagar.
Hay un problema central con ese modo de pensar: No es real. Esos temores nacen directamente de una falta de fe en el amor incondicional de Dios, y un desconocimiento de sus planes reales para nuestras vidas, que son de bien y no de mal. Otro tema es el mundo caído y corrupto en el que vivimos, las consecuencias de cosas con las que tenemos que lidiar, y por supuesto, nuestro enemigo. Pero Dios no incluye la maldad en sus planes.
Un gran ejemplo de esto en la Biblia es Jabes. Se habla de el únicamente en dos versículos, y me encanta la simpleza y transparencia de su narrativa: Jabes le pidió a Dios que lo bendijera, Dios le concedió lo que pidió, fin de la historia. Sin letras pequeñas en el contrato, sin tratos escondidos, sin trucos mal intencionados, sin final alternativo.
Esto es precisamente lo que debemos de creer de Dios: El te quiere bendecir y punto.